Dicen que el olfato influye muchísimo en nuestra percepción de los sabores, así como la vista o el tacto. Una rutina equilibrada también implica disfrutar del acto del comer, del masticar, del oler, del sentir cada crunch, cada ñam. Permitirse merecer el disfrute hace a una vida plena, porque lo bueno siempre trae cosas buenas.